domingo, 3 de febrero de 2013

DESCRIPCIÓN CON LOS CINCO SENTIDOS, POR MARTA LÓPEZ



Es antiguo, al tocarlo puedes notar su textura rugosa, fría y dura. Tiene numerosos arañazos y grietas por el paso del tiempo, como si de un anciano se tratase. Sus costuras, ya deshilachadas, cuelgan sutilmente, como finos mechones de cabello dorado. Al abrirlo, sus hojas desgastadas y amarillentas, su penetrante olor papel antiguo y su sabor añejo,  te invitan a sumergirte en él, a perderte frente al fuego, cálido y confortable, mientras la lluvia cae en las aceras de la ciudad, solo él y tú, tú y él. Y por un momento, se transforma en el centro de tu universo, nada más importa. Y así, tan solo escuchando el ronroneo de la lluvia caer, y el suave sonido del pasar de las hojas. Ya estás dentro de él. 

Marta López, 3º ESO B
 

LA PLAZA DE CIBELES, POR ANDREA LANSEROS


En La Cibeles se ve a una diosa de piedra blanca sentada en un carro tirado por leones. Una calle inmensa cercana a esta y llena de tiendas es la Gran Vía. Cuando es Navidad las luces de todos los colores brillan como luciérnagas que descienden. Es una plaza muy especial con un orden singular. En ella se encuentra el ayuntamiento de Madrid, la casa de América y el Banco de España que es visitado por turistas todos los días de la semana.
 Andrea Lanseros, 3º ESO B

LA VIDA DE LA MIEL, POR ANDREA LANSEROS

La miel, fruto del trabajo de las abejas ajetreadas zumbando sin cesar. Las veo con sus trajes de colores anaranjados y negros, y con sus pequeñas alas revoloteando las olorosas flores de diversos colores para poder alcanzar los granos de polen.
Con ellos fabricaran la dulce y amarronada miel, esa misma miel pegajosa y viscosa que al envasarla y empaquetarla eres incapaz de no probar.

Andrea Lanseros, 3º ESO B

sábado, 2 de febrero de 2013

DESCRIPCIÓN CON LOS CINCO SENTIDOS, POR ANA SANZ




Los hay grandes, pequeños; rojos, azules, verdes, blancos… en realidad no importa ni la forma ni el color, solo su función. Algunos de ellos producen algún ruido, o en determinados momentos sueltan un pitido molesto. Molestos o agobiantes para muchas personas, marcan las pautas de nuestra vida, los compases y los tiempos, pero sin ellos no podríamos vivir. Todos los necesitamos.
¿Qué más decir de ellos? No huelen, no saben, su tacto no es especial, no son suaves, pero tampoco ásperos. En realidad, lo único que importa es que miden la cosa más valiosa que tenemos, lo único que no vuelve y que no hay manera de recuperar. 

Ana Sanz, 3º ESO B

AROMA A SALITRE, POR ANA VILLANUEVA



El suave murmullo del agua acariciando las rocas se podía oír desde todos los rincones del pueblo. Retumbaba entre la arena canela, entre aquellos palacios de piedra blanca, hacia aquel cielo siempre despejado, y parecía como si fuese capaz de atravesar las montañas. Llevando el salitre que se adhería a la piel del aire, rozándola delicadamente; la suave esencia de la brisa del mar parecía no tener fronteras, e impregnaba con su peculiar melodía todo lo que tocaba. Arrullaba a los niños para calmarlos, se llevaba las penas del que sufría, abrazaba a los que se sentían solos con sus brazos invisibles y velaba por los que dormían; con la única misión de que todo el mundo fuese feliz allá por donde pasara. A veces el alegre viento quería descansar y se ponía juguetón; se mecía con las palmeras, columpiándose con ellas; alborotándole los cabellos a las flores, sacándoles un sonrojo; haciendo remolinos con algún papel que yacía olvidado en el suelo; para que no se sintiese sólo. Y el mar se impacientaba, porque el silbido del viento era mucho más molesto que aquel rumor de olas en la lejanía y no le dejaba descansar a gusto. Era entonces cuando el mar se encabritaba, protestaba, y llamaba su atención golpeando a las rocas dormidas con fuerza, iluminando con su azul presencia aquellas cuevas de la costa por tanto tiempo olvidadas, despertando a los cangrejos de su siesta. Y el viento se calmaba, seguía bailando, seguía formando remolinos, pero más despacio; cada vez más despacio hasta que volvía a convertirse en tímida brisa. Aquella tímida brisa que llenaba de salitre las blancas calles de Mojácar.

Ana Villanueva, 3º ESO B

LA MONGIE, POR ANA SANZ



Blanco, todo es blanco, los árboles, las montañas, los sentimientos… Ruido, contaminación, prisas, todo eso se ha quedado atrás, o al menos por un tiempo. Nos alejamos de la cuidad y de sus altos y poderosos edificios y damos paso a las montañas. Naturaleza y adrenalina en su mayor apogeo.
Se levantan grandes pinos cubiertos de nieve, a ambos lados de un camino que el hombre ha construido para que aficionados al deporte puedan sentir, durante lo que tarden en bajar, un aire rico en libertad.
Todos los años mi familia y yo vamos a este lugar en año nuevo, doce por cuatro, cuarenta y ocho. Cuarenta y ocho campanadas que ya he oído allí. Entre el ajetreo de levantarse pronto, esquiar, hacer snowboard y pasar tiempo con mis tíos, primos y padres, no tengo ni un minuto para pensar en problemas o preocupaciones. Para mí es mucho más que un paisaje bonito, es libertad, felicidad, es naturaleza, es poder conocer un poco más a los míos, a los que día tras día no soy capaz de valorar y sonreír junto a ellos.
En silencio veo caer la nieve, poco a poco, copo a copo, va blanqueando todo lo que encuentra a su paso y forma un extenso manto. Mientras, pienso en todo y a la vez en nada, he decidido que la semana que estoy allí voy a dejar que mi cabeza se vacíe y se quede como la nieve, en blanco.
Grandes montañas y grandes personas; de seis en seis o de cuatro en cuatro subimos en el telesilla, y cambiamos los libros y los trabajos por diez minutos de bajada por una fría y empinada ladera.  Estamos en La Mongie, una estación francesa de esquí de los Pirineos, muy cerca del pueblo Bagneres du Bigorre.

Ana Sanz, 3º ESO B

LA CASA DE MI ABUELA, POR HENAR GARCÍA


Veo la casa de mi abuela, tan chiquitita y cuca como siempre, con su tejado rojo y su puerta de madera maciza. Me llegan sus olores inconfundibles a bizcocho, tortilla, tarta, rosquillas, lo que esté cocinando…
Oigo los canarios que tiene en el salón, el sonido del reloj de cuco, la televisión...
Toco las paredes y siento el papel pintado, la textura tan suave de sus sábanas, edredones…
Me encanta saborear los pasteles que hace mi abuela, tienen un sabor realmente bueno, cualquier cosa que haga me encanta. 

Henar García, 3º ESO A