sábado, 2 de febrero de 2013

LA MONGIE, POR ANA SANZ



Blanco, todo es blanco, los árboles, las montañas, los sentimientos… Ruido, contaminación, prisas, todo eso se ha quedado atrás, o al menos por un tiempo. Nos alejamos de la cuidad y de sus altos y poderosos edificios y damos paso a las montañas. Naturaleza y adrenalina en su mayor apogeo.
Se levantan grandes pinos cubiertos de nieve, a ambos lados de un camino que el hombre ha construido para que aficionados al deporte puedan sentir, durante lo que tarden en bajar, un aire rico en libertad.
Todos los años mi familia y yo vamos a este lugar en año nuevo, doce por cuatro, cuarenta y ocho. Cuarenta y ocho campanadas que ya he oído allí. Entre el ajetreo de levantarse pronto, esquiar, hacer snowboard y pasar tiempo con mis tíos, primos y padres, no tengo ni un minuto para pensar en problemas o preocupaciones. Para mí es mucho más que un paisaje bonito, es libertad, felicidad, es naturaleza, es poder conocer un poco más a los míos, a los que día tras día no soy capaz de valorar y sonreír junto a ellos.
En silencio veo caer la nieve, poco a poco, copo a copo, va blanqueando todo lo que encuentra a su paso y forma un extenso manto. Mientras, pienso en todo y a la vez en nada, he decidido que la semana que estoy allí voy a dejar que mi cabeza se vacíe y se quede como la nieve, en blanco.
Grandes montañas y grandes personas; de seis en seis o de cuatro en cuatro subimos en el telesilla, y cambiamos los libros y los trabajos por diez minutos de bajada por una fría y empinada ladera.  Estamos en La Mongie, una estación francesa de esquí de los Pirineos, muy cerca del pueblo Bagneres du Bigorre.

Ana Sanz, 3º ESO B

LA CASA DE MI ABUELA, POR HENAR GARCÍA


Veo la casa de mi abuela, tan chiquitita y cuca como siempre, con su tejado rojo y su puerta de madera maciza. Me llegan sus olores inconfundibles a bizcocho, tortilla, tarta, rosquillas, lo que esté cocinando…
Oigo los canarios que tiene en el salón, el sonido del reloj de cuco, la televisión...
Toco las paredes y siento el papel pintado, la textura tan suave de sus sábanas, edredones…
Me encanta saborear los pasteles que hace mi abuela, tienen un sabor realmente bueno, cualquier cosa que haga me encanta. 

Henar García, 3º ESO A

MI LUGAR FAVORITO ES CUÉLLAR, POR HENAR GARCÍA







Mi lugar favorito es Cuéllar, un pueblo a 60 kilómetros de Segovia. No es muy grande, pero tampoco es pequeño. En él lo más emblemático es el castillo. Realmente espectacular. Este Castillo me transmite paz, alegría, porque aparte de ser el pueblo de mi abuela, los cuellaranos y cuellaranas pasan unas fiestas en agosto, fantásticas: encierros,
sus ferias medievales que te remontan años atrás, sus lechazos, su ambiente, su gente...
Me encanta. 

Henar García, 3º ESO A

DESCRIPCIÓN CON LOS CINCO SENTIDOS, POR LEYRE SERNA


Veo tu forma redonda y me dan ganas de jugar contigo, como si de una pelota se tratara, pero a ti te tengo que comer. Veo tu piel de color naranja y ese rabito que de vez en cuando te aparece. Tu tacto es suave y rugoso a la vez, da gusto acariciarte. Al pelarte cambia parte de tu color y de tu suavidad, te vuelves más rugosa y tu color se vuelve, parcialmente, blanco. Tu sonido cuando te abro me gusta, me transmite frescura. Al saborearte, pierdo el sentido, eres tan dulce, que no me puedo resistir a comerte. Contigo se hacen mermeladas, pero cambian tu preciado sabor y te convierten en amarga. También te utilizan para rellenar algunas galletas. Tu olor es muy peculiar, porque no hueles a nada, todo lo contrario que tu sabor. Me gustas mucho.

Leyre Serna, 3º ESO A

EL CASTILLO DE ATIENZA, POR LEYRE SERNA



En la imagen podemos observar, en el centro, el Castillo de Atienza (Guadalajara). En la parte superior encontramos un cielo con unas ligeras nubes que nos indican que la noche se está acercando, y esto también lo demuestra ese sol que ilumina los alrededores. En la parte izquierda de la foto, podemos observar una pequeña carretera que nos permite acercarnos más al castillo. Podemos deducir que la foto ha sido tomada en verano y a una hora avanzada de la tarde. Esta foto transmite muchas ganas de ir hacia él. Este castillo está parcialmente destruido, y de él solo queda la torre del homenaje. En la parte posterior de la torre, podemos encontrar un foso en el que arrojaban a los soldados sacrificados. Podemos observar que en lo alto de la torre hay un mástil en el que en estos momentos no se encuentra ninguna bandera, en los tiempos en los que el castillo se encontraba completo se ponían las banderas de la comunidad.  Este es uno de mis paisajes favoritos porque me transmite las ganas de realizar tareas difíciles, como fue para mí subir hasta el castillo.

Leyre Serna, 3º ESO A

jueves, 31 de enero de 2013

DESCRIPCIÓN CON LOS CINCO SENTIDOS. La envidia de todos los vegetales del universo, por Elsa Giménez



Su vivo color verde es la envidia de todos los vegetales del universo. Su forma me recuerda a un palo de golf o a un ramo de flores, según el tamaño que esté observando. El modo que tiene de caer, con un golpe seco e ininterrumpible, me recuerda a un comportamiento humano muy común, el empecinamiento, como si una vez que se propusiera algo lo cumpliera contra viento y marea, en este caso, dirigirse hacia el suelo. La disposición de sus ramitas, tan juntas y enredadas entre sí, no me dan más opción que preguntarme cómo es capaz de obtener la luz suficiente para sobrevivir.
Cada vez que lo toco me invade una sensación indescriptible, a medias entre sentir una rama y una alfombra peluda muy mullida y suave.

El olor dulzón y penetrante, tan familiar para mí, hace que me embargue una repentina e irrefrenable necesidad de probarlo. Pero antes he de concentrarme. Para ello cierro los ojos y me lo acerco a la oreja. Al principio no oigo nada en absoluto, pero más tarde fugaces sonidos parecidos a pequeñas corrientes de agua rompen ese silencio definitivamente. A raíz de lo que he aprendido en el colegio, debe ser la savia, que asciende y desciende a una velocidad vertiginosa por los nervios. Sin embargo, no me da tiempo a continuar escuchando tan insólita sinfonía, ya que, sin saber cómo, mi mano lo ha introducido en la boca. Comienzo por sentir simplemente un trozo de vegetal, lo mismo que sentiría si estuviera comiéndome una rama cualquiera. Pero no, ésta es especial, ya que al masticarla se han liberado esos sabores que nunca he sabido describir, pero haré un esfuerzo por lograrlo aunque sea por el mero hecho de darte envidia. Empezaré por lo básico que debes saber: su sabor es todo un mundo. Solo los más experimentados (como yo), que han podido catarlo durante años son capaces de apreciarlo. Dulce, aunque no del modo en que lo es un caramelo, sólo por los azúcares, sino que éste es suave, no agresivo al paladar y apenas perceptible a menos que te concentres. Esto tiene su explicación en algunos de sus componentes.
Al deshacerse en tu boca sientes cómo una sensación de calma y de todos los buenos recuerdos que atesoras en tu mente se agolpan en tu ser, haciéndote disfrutar de este a menudo olvidado manjar. Este es un homenaje a todos los que son como tú, querido, deseado, ansiado... brócoli.

Elsa Giménez, 3º ESO B


IMPRESIONES Y PAISAJES, POR ELSA GIMÉNEZ



Desde la hamaca en la que estoy tumbada soy capaz de percibir el paisaje que me rodea. En medio de éste hay una preciosa casa de piedra con dos amplios porches y un patio enorme. Todo el camino que la rodea es de piedra gris, lo que le confiere un aspecto antiguo y elegante. 

Subiendo por el campo superior hay un galpón donde los años han dejado su huella, y que prácticamente está sepultado bajo una manta de hiedra. A la derecha hay un estanque que perpetuamente se encuentra a rebosar de agua. Debajo de mí hay suave y blanda hierba recién cortada. Su vivo color verde calma mis inquietudes y es capaz de aclarar hasta el más oscuro de los días. Las altas palmeras, el bambú, los avellanos y toda la corte de árboles que pueblan la finca bailan una hipnotizante danza con el viento, que me impide separar la vista de ellos. Entonces desvío la atención a esa infinita mancha azul que me observa en todo momento y que hoy está surcada por cinco o seis algodones blancos que me transmiten la misma sensación que estar entre blandos cojines de plumas. Ahora mi mirada está en los arbustos, trepadoras y plantas de las que nunca sabré el origen. Crecen desiguales, cada una inmersa en una lucha silenciosa por tener una mínima cantidad de luz. El sol avanza en su interminable camino por el cielo y en este momento me calienta los pies de forma que poco a poco siento la necesidad de cerrar los ojos y dejarme llevar.

Oigo el sonido de los pájaros al entonar dulces melodías, lo que inmediatamente despierta en mí una opresión en el pecho al recordar una ocasión en la que mi gato trajo un gorrión entre sus fauces de depredador. Entonces yo era solo una niña de siete años que nunca había sido testigo del cruel curso de la vida. Aún hoy sigo sin asimilar que el pájaro se salvara y siga vivo y mi gato no.

Un repentino cosquilleo en el brazo me obliga a abandonar tan tristes pensamientos. Abro los ojos y veo un saltamontes que me recuerda el estupor y el susto que experimenté la vez en que, queriéndolo capturar, un animal como éste me mordió el dedo índice e hizo brotar la sangre. Al admirar a tan simpático insecto vienen a mi mente la fascinación que me invadió al contemplar el desigual vuelo de una mariposa vestida con un traje de cebra, y también la angustia que me impulsa a proteger a un escarabajo de la patata, de apartarlo de las miradas mortales de las aves.

Escucho atentamente el sonido de la fuente que se encuentra más arriba, del agua al caer y automáticamente sentimientos como la armonía y la serenidad se anteponen a los anteriores. Me vence el sueño y de nuevo cierro los ojos para continuar disfrutando del hermoso espectáculo que es la naturaleza, aun yaciendo en brazos de Morfeo.

Elsa Giménez, 3º ESO B