El ambiente es húmedo a
causa de la niebla, el intenso frío se clava en los huesos como cuchillas. No
hay nadie en las calles, todo el mundo se resguarda del frío en sus madrigueras
de plumas y algodón. La tenue luz, que empieza a iluminar sutilmente la mañana,
difuminada por la espesa niebla, da a las solitarias calles un aspecto
fantasmagórico. Los adoquines, brillantes por la humedad del momento, conducen
hacia la nada. Las alargadas farolas, que se alejan por el horizonte, parecen
obedientes peones protegiendo a su rey. Y allí, tras sus peones, aparece,
intimidante y autoritario, con sus cornisas blancas y sus vigías de piedra que
guardan el sueño de sus moradores. Las ventanas y balcones aparecen cerrados,
ocultando los secretos que se esconden tras los cristales. Una valla separa la
realidad de la ilusión, la claridad de la niebla. Tras esta valla, se intuye la
magnitud de su silueta, pero realmente solo muestra una pequeña parte. Su
alianza con la niebla crea la ilusión. Pero solo en unas horas, quizá minutos,
cuando la niebla desaparezca, esa ilusión se convertirá en realidad y aparecerá
el Palacio Real.
Marta López Sánchez, 3º ESO B
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